La gente se apronta (?)
En Svalbarg, Noruega, comenzó el proceso de enfriamiento del banco de semillas más grande del mundo.
En India, estudian la utilización del calor remanente de plantas nucleares para desalinizar agua de mar.
En Australia, la ya decreciente población de demonios de Tasmania está afectada por un cáncer facial transmitido por virus. El problema: se sabe poco y nada sobre las características de la enfermedad como para ayudarlos rápidamente. Piden donaciones.
Todo esto sumado da algún resultado que, o se me escapa, o dejo escapar.
22 de noviembre de 2007
19 de noviembre de 2007
Flor de pensamientos
- Escucha el llamado de la Patria, lo transmiten por Radio 10.
- La tierra es para el que la trabaja, el dinero es para el terrateniente.
- He llegado hasta aquí porque nunca he dejado de pelear con mis ideales.
- Sería capaz de jugarme la vida por tí, pero justo hoy no estoy de ánimo para cuestiones lúdicas.
- Nada es lo que parece, López, así que firme tranquilo la garantía y no se deje llevar por mi aspecto de hijo de puta.
- El otro día, en la tele apareción un loco que decía que era el hijo de Dios y venía a salvarnos, ¡que la Santísima Trinidad, la Virgen y todos los santos nos protejan de esos maniáticos!
- Ya hubo noches del Oscar dedicadas a los gays, a los negros, a los perseguidos del maccarthismo, a los soldados invasores de irak... ¿Cuándo habrá una noche dedicada a las buenas películas?
Revista Barcelona, 9 de noviembre de 2007, p. 21
13 de noviembre de 2007
Pájaros
Como para pasar el rato (y preparar el terreno de un próximo artículo): Pájaro y luna y El sueño del pájaro.
Como para pasar el rato (y preparar el terreno de un próximo artículo): Pájaro y luna y El sueño del pájaro.
24 de octubre de 2007
¡¡Buena onda, buena on-da!!
Un tema que me pone sencillamente muy incómodo -por decir algo- es el de los aspectos psicosomáticos de las enfermedades. No niego que la tensión pueda hacer estragos en nuestra musculatura, y hay evidencias de interacción entre el sistema nervioso y el sistema inmune; pero hoy en día hablar del ánimo o del stress como causas de cualquier cosa es algo tan común que me da dentera.
Será que soy un jodido. Será también que me parece una manera de culpabilizar a la víctima: "¿Tenés una úlcera? Y claro, si andás siempre nervioso". De Helicobacter pylori, la bacteria que causa la mayor parte de las úlceras, ni hablar. Que muchas enfermedades tienen componentes psicosomáticos, claro que sí, pero ¿cuán importante es ese componente en cada caso? Y si ese componente fuera importante para el inicio de la afección ¿cuán importante es una vez que se ha declarado?
Esta predisposición hacia la explicación psicosomática es difícil de combatir porque, por supuesto, el bienestar emocional es parte importante de la calidad de vida. Sin duda que es mejor ser un enfermo con buen humor que uno amargado. Pero de ahí a "Sobre todo, buena cara, que eso ayuda" frente a cualquier afección, resulta en un voluntarismo rayano en el insulto hacia el enfermo.
Todo esto lo traigo a cuento por una notita que circula en los servicios de noticias, acerca de un trabajo llevado a cabo en la universidad de Pensilvania. Esta gente evaluó a dos grupos bajo tratamiento radiológico de cancer de cabeza y cuello, que completaron cuestionarios dirigidos a evaluar la calidad de vida de los pacientes. Dentro del cuestionario había una subescala de bienestar emocional: si estaban tristes, desesperanzados, nerviosos, etc. El estudio evaluó los resultados de 1093 pacientes, de los cuales 646 murieron en el transcurso de la prueba.
Mientras que otros parámetros demográficos y clínicos tienen valor para predecir el resultado del tratamiento, el estado anímico no correlaciona: la actitud y el ánimo no tienen ninguna influencia en la recuperación. Esto viene en contra de una creencia bastante generalizada de que el bienestar emocional ayuda a "luchar" contra el cancer.
No es el primer estudio al respecto, aunque sí es de los más grandes y muy parejo en cuanto a las condiciones de los pacientes. Abajo pongo enlaces a otros estudios con resultados similares. La tendencia es la misma: cuando tenés una enfermedad jodida, la responsable es la biología. Y todos los recaudos para ayudar al bienestar anímico son bienvenidos justamente porque es un tipo de bienestar (en algunos casos, fundamental: un paciente deprimido puede tirar la toalla y negarse a tomar la medicación); pero transformar la buena cara frente al mal tiempo en una obligación para el pobre enfermo no, gracias.
http://www.ncbi.nlm.nih.gov/sites/entrez?Db=pubmed&Cmd=ShowDetailView&TermToSearch=11742045&ordinalpos=1&itool=EntrezSystem2.PEntrez.Pubmed.Pubmed_ResultsPanel.Pubmed_RVAbstractPlus
Un tema que me pone sencillamente muy incómodo -por decir algo- es el de los aspectos psicosomáticos de las enfermedades. No niego que la tensión pueda hacer estragos en nuestra musculatura, y hay evidencias de interacción entre el sistema nervioso y el sistema inmune; pero hoy en día hablar del ánimo o del stress como causas de cualquier cosa es algo tan común que me da dentera.
Será que soy un jodido. Será también que me parece una manera de culpabilizar a la víctima: "¿Tenés una úlcera? Y claro, si andás siempre nervioso". De Helicobacter pylori, la bacteria que causa la mayor parte de las úlceras, ni hablar. Que muchas enfermedades tienen componentes psicosomáticos, claro que sí, pero ¿cuán importante es ese componente en cada caso? Y si ese componente fuera importante para el inicio de la afección ¿cuán importante es una vez que se ha declarado?
Esta predisposición hacia la explicación psicosomática es difícil de combatir porque, por supuesto, el bienestar emocional es parte importante de la calidad de vida. Sin duda que es mejor ser un enfermo con buen humor que uno amargado. Pero de ahí a "Sobre todo, buena cara, que eso ayuda" frente a cualquier afección, resulta en un voluntarismo rayano en el insulto hacia el enfermo.
Todo esto lo traigo a cuento por una notita que circula en los servicios de noticias, acerca de un trabajo llevado a cabo en la universidad de Pensilvania. Esta gente evaluó a dos grupos bajo tratamiento radiológico de cancer de cabeza y cuello, que completaron cuestionarios dirigidos a evaluar la calidad de vida de los pacientes. Dentro del cuestionario había una subescala de bienestar emocional: si estaban tristes, desesperanzados, nerviosos, etc. El estudio evaluó los resultados de 1093 pacientes, de los cuales 646 murieron en el transcurso de la prueba.
Mientras que otros parámetros demográficos y clínicos tienen valor para predecir el resultado del tratamiento, el estado anímico no correlaciona: la actitud y el ánimo no tienen ninguna influencia en la recuperación. Esto viene en contra de una creencia bastante generalizada de que el bienestar emocional ayuda a "luchar" contra el cancer.
No es el primer estudio al respecto, aunque sí es de los más grandes y muy parejo en cuanto a las condiciones de los pacientes. Abajo pongo enlaces a otros estudios con resultados similares. La tendencia es la misma: cuando tenés una enfermedad jodida, la responsable es la biología. Y todos los recaudos para ayudar al bienestar anímico son bienvenidos justamente porque es un tipo de bienestar (en algunos casos, fundamental: un paciente deprimido puede tirar la toalla y negarse a tomar la medicación); pero transformar la buena cara frente al mal tiempo en una obligación para el pobre enfermo no, gracias.
- El abstract del trabajo con cancer de cuello.
http://www3.interscience.wiley.com/cgi-bin/abstract/116833335/ABSTRACT
- Otros trabajos
http://jco.ascopubs.org/cgi/content/full/22/20/4184
http://jco.ascopubs.org/cgi/content/full/22/16/3381http://www.ncbi.nlm.nih.gov/sites/entrez?Db=pubmed&Cmd=ShowDetailView&TermToSearch=11742045&ordinalpos=1&itool=EntrezSystem2.PEntrez.Pubmed.Pubmed_ResultsPanel.Pubmed_RVAbstractPlus
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medicina,
psicología
12 de octubre de 2007
¡Menos mal que es viernes! (Sólo para fans de Star Wars)
Prometo que sólo enviaré tonterías como estas los viernes, eh.
Richard Cheese es un cantante/comediante que hace versiones "estilo las Vegas", según el, de canciones de rock, pop y (demasiado) rap.
En esta bonita página musical, se aparta un poco de su línea para hacer una versión de "Copacabana", hablando de Star Wars. Para los que como yo saben un poco de inglés pero no llegan a entender la letra, un alma caritativa armó un video subtitulado. Dura apenas unos minutitos, se te pega durante días.
Eso. Nos vemos.
Prometo que sólo enviaré tonterías como estas los viernes, eh.
Richard Cheese es un cantante/comediante que hace versiones "estilo las Vegas", según el, de canciones de rock, pop y (demasiado) rap.
En esta bonita página musical, se aparta un poco de su línea para hacer una versión de "Copacabana", hablando de Star Wars. Para los que como yo saben un poco de inglés pero no llegan a entender la letra, un alma caritativa armó un video subtitulado. Dura apenas unos minutitos, se te pega durante días.
Eso. Nos vemos.
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10 de octubre de 2007
Piedra, papel, tijera: una de lagartijas y sexo
En nuestra tierna cursada de "Introducción a la Zoología", los biólogos de la UBA nos topamos con la historia de las lagartijas unisexuales (que tal vez algún biólogo amigo quiera resumir para este blog), y al menos en el caso de un servidor, quedamos marcados para siempre con una extraña relación entre lagartijas y sexo que hace maravillas a la hora de amenizar reuniones. Y quedar como un nerd del tipo enfermito sexual.
Para no interrumpir esta maravillosa tendencia, va otra anécdota lagartijil que llenará de gozo cualquier kermese a la que acudan.
Estos que ven arriba son tres machos de lagartija común europea (Lacerta vivipara). Como ven, tienen colores distintos en el vientre. Para qué le sirven, si es que sirven, no lo sé. Pero a Barry Sinervo le sirvió para identificar un juego evolutivo de "piedra, papel o tijera" entre estas lagartijas, en un trabajo que el muy tonto llevó a cabo en los Pirineos franceses, lugar feo si los hay.
La cosa es así: los machos de panza blanca se quedan cerca de sus hembras para vigilarlas de cerca, y colaboran con otros machos para defender su territorio. Los machos de panza naranja en cambio son agresivos y su estrategia es invadir los territorios de otros machos para aparearse con cuanta hembra se crucen. Pero esa estrategia los obliga a dejar su propio territorio. Ahí aparecen los de panza amarilla, que se meten sigilosamente en el territorio vacante y hacen lo suyo con las hembras que el grandote abusón dejó descuidadas; una estrategia que no sirve frente a la activa vigilancia de los blancos.
Entonces: la fuerza bruta naranja le gana a la cooperación blanca, la cooperación le gana al sigilo amarillo, y el sigilo le gana a la fuerza bruta.
¿Qué tul? Este mecanismo lleva a la supremacía sucesiva de cada tipo de macho -y de estrategia- con el paso de las generaciones; un fenómeno que habían predicho Sewall Wright en 1968 y John Maynard Smith en 1982. Y que probablemente se lleva a cabo en muchas especies, sin que lo sepamos.
Este juego ya había sido descripto antes en unas lagartijas de Norteamérica emparentadas con estas. Sinervo está tratando de identificar los genes que determinan este comportamiento, para ver si están presentes en ambas. De ser así, este juego de piedra papel y tijera se vendría jugando desde hace mucho tiempo. Y tal vez los humanos lo estemos jugando, aunque se haya vuelto algo más complicado...
El site de Sinervo:
http://bio.research.ucsc.edu/~barrylab/
Variantes enfermas de P-P-T:
http://www.umop.com/rps.htm
Ah, y por si no se dieron cuenta: cambió el nombre del blog y su contenido. Las aguavivas seguirán apareciendo, cuando pueda dedicar el tiempo a pulirlas, pero mientras tanto, no respondo de los contenidos. Los que estén suscriptos al grupo de google, pueden desuscribirse si no quieren recibir tonterías de este tipo.
Y eso. Hasta la próxima.
En nuestra tierna cursada de "Introducción a la Zoología", los biólogos de la UBA nos topamos con la historia de las lagartijas unisexuales (que tal vez algún biólogo amigo quiera resumir para este blog), y al menos en el caso de un servidor, quedamos marcados para siempre con una extraña relación entre lagartijas y sexo que hace maravillas a la hora de amenizar reuniones. Y quedar como un nerd del tipo enfermito sexual.
Para no interrumpir esta maravillosa tendencia, va otra anécdota lagartijil que llenará de gozo cualquier kermese a la que acudan.
Estos que ven arriba son tres machos de lagartija común europea (Lacerta vivipara). Como ven, tienen colores distintos en el vientre. Para qué le sirven, si es que sirven, no lo sé. Pero a Barry Sinervo le sirvió para identificar un juego evolutivo de "piedra, papel o tijera" entre estas lagartijas, en un trabajo que el muy tonto llevó a cabo en los Pirineos franceses, lugar feo si los hay.
La cosa es así: los machos de panza blanca se quedan cerca de sus hembras para vigilarlas de cerca, y colaboran con otros machos para defender su territorio. Los machos de panza naranja en cambio son agresivos y su estrategia es invadir los territorios de otros machos para aparearse con cuanta hembra se crucen. Pero esa estrategia los obliga a dejar su propio territorio. Ahí aparecen los de panza amarilla, que se meten sigilosamente en el territorio vacante y hacen lo suyo con las hembras que el grandote abusón dejó descuidadas; una estrategia que no sirve frente a la activa vigilancia de los blancos.
Entonces: la fuerza bruta naranja le gana a la cooperación blanca, la cooperación le gana al sigilo amarillo, y el sigilo le gana a la fuerza bruta.
¿Qué tul? Este mecanismo lleva a la supremacía sucesiva de cada tipo de macho -y de estrategia- con el paso de las generaciones; un fenómeno que habían predicho Sewall Wright en 1968 y John Maynard Smith en 1982. Y que probablemente se lleva a cabo en muchas especies, sin que lo sepamos.
Este juego ya había sido descripto antes en unas lagartijas de Norteamérica emparentadas con estas. Sinervo está tratando de identificar los genes que determinan este comportamiento, para ver si están presentes en ambas. De ser así, este juego de piedra papel y tijera se vendría jugando desde hace mucho tiempo. Y tal vez los humanos lo estemos jugando, aunque se haya vuelto algo más complicado...
El site de Sinervo:
http://bio.research.ucsc.edu/~barrylab/
Variantes enfermas de P-P-T:
http://www.umop.com/rps.htm
Ah, y por si no se dieron cuenta: cambió el nombre del blog y su contenido. Las aguavivas seguirán apareciendo, cuando pueda dedicar el tiempo a pulirlas, pero mientras tanto, no respondo de los contenidos. Los que estén suscriptos al grupo de google, pueden desuscribirse si no quieren recibir tonterías de este tipo.
Y eso. Hasta la próxima.
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lagartijas
26 de febrero de 2007
Cuaderno de Lucio 7.4 - La prueba fehaciente
Eran las nueve de la mañana y Panambí Sur resplandecía bajo un sol demasiado caliente. En la calle, las ramas de los limoneros se doblaban por el peso de los frutos. Resonó una campanada, y fue como si el pueblo no fuera más que el reflejo de un pueblo en el agua, y la campana una piedra insolente. Lucero arrancó un limón y lo acercó a su nariz. Mientras caminaba sacó de su bolsillo una navaja y cortó la fruta en cuatro gajos. Sonó otra campanada estridente, furiosa e inútil: solamente Lucero cruzó el atrio y llegó a la puerta. Tocó la enorme hoja de madera y titubeó una fracción de segundo. Un nuevo badajazo, más brutal que los anteriores, lo hizo entrar en la nave vacía con un alegre "Permiisooooo...".
Nadie.
Llegó hasta el fondo de la nave, le guiñó un ojo al Cristo sin corona y llegó hasta la base del campanario. El padre Gregorio aferraba la cuerda.
-Sabés -comentó Lucero, mientras comía el último gajo del limón-, si bien al principio parece una forma poética de suicidio, lo más seguro es que no te mate. Además, sería una imagen muy desagradable. Por otro lado -reflexionó- lo mismo puede decirse de cualquier suicidio.
-Pensé que no entrabas aquí, por principio.
-Bah. Más bien por costumbre. Y no se deja a un amigo en la estaqueada. Aunque tus ovejas no parecen opinar lo mismo.
-No -respondió Gregorio, y se colgó nuevamente de la soga.
-¿Podés parar con eso? ¿Sabés cuántos años tienen esas maderas?
-Hice cambiar el armazón hace tres meses.
-Igual. No van a venir.
Gregorio soltó la soga y se quedó mirando fijo a Lucero.
-No, ¿verdad?
-No por ahora. Vení, convidame un mistela.
-De acuerdo.
Una puerta en el costado los llevó la habitación de Gregorio. Sobre la cama había una valija abierta, casi llena de ropa y libros.
-Así que te vas.
-Sí. Tocaba la campana para avisar, pero ya no les importa.
-¿Tan grave te parece?
El padre suspiró.
-Sí. No... no sé, Lucero. ¿Te das cuenta de lo que hicieron?
-¿Qué?
-¿No sabés?
-Ni la más remota idea. No anduve por aquí. La verdad, pensé que al volver encontraría el pueblo en ruinas. O ningún pueblo. En todo caso, me equivoqué y me alegro. El pueblo está como siempre.
-No como siempre. Nunca estuvo mejor.
-¿Entonces?
-Perame un minuto.
Gregorio se dirigió a la ventana, tanteó un par de medias que colgaban de la falleba y las dobló con cuidado antes de ponerlas con el resto de la ropa. Levantó la valija con dificultad.
-Vamos.
En la nave, dejó su equipaje en un banco. Buscó una botella de mistela y sirvió dos vasitos. Invitó a Lucero a sentarse a su lado, en los escalones del altar.
-¿Está consagrado?
-No, no seas sacrílego.
-Por si acaso, viste. Bueno... ¿entonces?
El padre sorbió el vino y no contestó.
-¿Qué pasó?
-Me hicieron caso, Lucero.
-Era de esperar.
-Sí. Era de esperar. Lo que no era de esperar es que Dios les hiciera caso a ellos.
-Mmmmm...
Lucero examinó su vaso al trasluz, pero no dijo nada.
-¿Viste Eleonora? -reanudó el padre.
-Sí.
-Eleonora estaba loca desde los once años. Ya estaba al cuidado de la iglesia cuando yo llegué. Y de pronto, así como así, se cura.
-Un milagro.
-No tenés idea, Lucero. Uno tras otro. Dos días después, el hijo de la viuda Spaziuk aparece de la nada y se instala en la casa de Marta. Vuelve lleno de dinero, dispuesto a hacer resurgir la quinta. No lleva dos días Panambí y ¿adiviná a quién conoce?
-¿En dos días? A todo el pueblo.
-Gracioso. A Luján. Se casaron al viernes siguiente.
-¡No! Eso no es un un milagro, es una soberana tontería. Pregunta de vieja: ¿se casó de blanco?
-Se casó de blanco y ni una vieja hizo la pregunta de vieja. No sólo eso: después de años de hacer como si Luján no existiera, al casamiento vinieron todos. Festejaron, tiraron arroz. Pero después de la ceremonia, nadie volvió a entrar a la iglesia. Estaban muy ocupados.
-¿En qué?
-En pedir milagros. En pedir putos milagros para el prójimo, y en observar cómo se les cumplían.
-Aaaah. Los limoneros. Me parecía raro.
-Los limoneros. Los cultivos. Las vacas. ¡La pintura de las casas! ¡Le pidieron a Dios que pintara los frentes, me entendés!
-Y los pintó.
-De la noche a la mañana.
-No veo de qué te quejás, Gregorio. Panambí Sur es la prueba fehaciente de que Dios existe.
-No mi Dios. No el que yo quiero. No un factótum literal y complaciente. Yo soy un religioso, Lucero, un hombre de fe. No necesito pruebas, no quiero que Dios me responda -se incorporó-. Podés quedarte con la botella.
-Gracias. Te ayudo con la valija.
Salieron los dos por el pasillo central, sosteniendo cada uno una manija. El sol los cegó al salir al atrio. El padre Gregorio cerró las dos enormes hojas talladas y sacó de su bolsillo una llave igualmente enorme. La cerradura se resistió un poco, pero finalmente cerró.
-¿A quién se la vas a dejar?
-No sé. Al intendente, supongo.
Terminaron de cruzar el atrio cuando se oyó el estruendo: el crujido de la madera desgarrándose en un acorde brutal, un semitañido deforme y opaco, una estampida de elefantes tocando las trompetas de Jericó. El último sonido les llegó por los pies, una vibración sorda que se apagó con inesperada suavidad.
-Te dije que se iba a caer -concluyó Lucero.
El padre Gregorio no respondió. Ya en la vereda, dejó la llave colgando de la verja. Llegó hasta la estación sin decir una palabra. Cuando el tren partió, el campanario ya estaba como nuevo.
Eran las nueve de la mañana y Panambí Sur resplandecía bajo un sol demasiado caliente. En la calle, las ramas de los limoneros se doblaban por el peso de los frutos. Resonó una campanada, y fue como si el pueblo no fuera más que el reflejo de un pueblo en el agua, y la campana una piedra insolente. Lucero arrancó un limón y lo acercó a su nariz. Mientras caminaba sacó de su bolsillo una navaja y cortó la fruta en cuatro gajos. Sonó otra campanada estridente, furiosa e inútil: solamente Lucero cruzó el atrio y llegó a la puerta. Tocó la enorme hoja de madera y titubeó una fracción de segundo. Un nuevo badajazo, más brutal que los anteriores, lo hizo entrar en la nave vacía con un alegre "Permiisooooo...".
Nadie.
Llegó hasta el fondo de la nave, le guiñó un ojo al Cristo sin corona y llegó hasta la base del campanario. El padre Gregorio aferraba la cuerda.
-Sabés -comentó Lucero, mientras comía el último gajo del limón-, si bien al principio parece una forma poética de suicidio, lo más seguro es que no te mate. Además, sería una imagen muy desagradable. Por otro lado -reflexionó- lo mismo puede decirse de cualquier suicidio.
-Pensé que no entrabas aquí, por principio.
-Bah. Más bien por costumbre. Y no se deja a un amigo en la estaqueada. Aunque tus ovejas no parecen opinar lo mismo.
-No -respondió Gregorio, y se colgó nuevamente de la soga.
-¿Podés parar con eso? ¿Sabés cuántos años tienen esas maderas?
-Hice cambiar el armazón hace tres meses.
-Igual. No van a venir.
Gregorio soltó la soga y se quedó mirando fijo a Lucero.
-No, ¿verdad?
-No por ahora. Vení, convidame un mistela.
-De acuerdo.
Una puerta en el costado los llevó la habitación de Gregorio. Sobre la cama había una valija abierta, casi llena de ropa y libros.
-Así que te vas.
-Sí. Tocaba la campana para avisar, pero ya no les importa.
-¿Tan grave te parece?
El padre suspiró.
-Sí. No... no sé, Lucero. ¿Te das cuenta de lo que hicieron?
-¿Qué?
-¿No sabés?
-Ni la más remota idea. No anduve por aquí. La verdad, pensé que al volver encontraría el pueblo en ruinas. O ningún pueblo. En todo caso, me equivoqué y me alegro. El pueblo está como siempre.
-No como siempre. Nunca estuvo mejor.
-¿Entonces?
-Perame un minuto.
Gregorio se dirigió a la ventana, tanteó un par de medias que colgaban de la falleba y las dobló con cuidado antes de ponerlas con el resto de la ropa. Levantó la valija con dificultad.
-Vamos.
En la nave, dejó su equipaje en un banco. Buscó una botella de mistela y sirvió dos vasitos. Invitó a Lucero a sentarse a su lado, en los escalones del altar.
-¿Está consagrado?
-No, no seas sacrílego.
-Por si acaso, viste. Bueno... ¿entonces?
El padre sorbió el vino y no contestó.
-¿Qué pasó?
-Me hicieron caso, Lucero.
-Era de esperar.
-Sí. Era de esperar. Lo que no era de esperar es que Dios les hiciera caso a ellos.
-Mmmmm...
Lucero examinó su vaso al trasluz, pero no dijo nada.
-¿Viste Eleonora? -reanudó el padre.
-Sí.
-Eleonora estaba loca desde los once años. Ya estaba al cuidado de la iglesia cuando yo llegué. Y de pronto, así como así, se cura.
-Un milagro.
-No tenés idea, Lucero. Uno tras otro. Dos días después, el hijo de la viuda Spaziuk aparece de la nada y se instala en la casa de Marta. Vuelve lleno de dinero, dispuesto a hacer resurgir la quinta. No lleva dos días Panambí y ¿adiviná a quién conoce?
-¿En dos días? A todo el pueblo.
-Gracioso. A Luján. Se casaron al viernes siguiente.
-¡No! Eso no es un un milagro, es una soberana tontería. Pregunta de vieja: ¿se casó de blanco?
-Se casó de blanco y ni una vieja hizo la pregunta de vieja. No sólo eso: después de años de hacer como si Luján no existiera, al casamiento vinieron todos. Festejaron, tiraron arroz. Pero después de la ceremonia, nadie volvió a entrar a la iglesia. Estaban muy ocupados.
-¿En qué?
-En pedir milagros. En pedir putos milagros para el prójimo, y en observar cómo se les cumplían.
-Aaaah. Los limoneros. Me parecía raro.
-Los limoneros. Los cultivos. Las vacas. ¡La pintura de las casas! ¡Le pidieron a Dios que pintara los frentes, me entendés!
-Y los pintó.
-De la noche a la mañana.
-No veo de qué te quejás, Gregorio. Panambí Sur es la prueba fehaciente de que Dios existe.
-No mi Dios. No el que yo quiero. No un factótum literal y complaciente. Yo soy un religioso, Lucero, un hombre de fe. No necesito pruebas, no quiero que Dios me responda -se incorporó-. Podés quedarte con la botella.
-Gracias. Te ayudo con la valija.
Salieron los dos por el pasillo central, sosteniendo cada uno una manija. El sol los cegó al salir al atrio. El padre Gregorio cerró las dos enormes hojas talladas y sacó de su bolsillo una llave igualmente enorme. La cerradura se resistió un poco, pero finalmente cerró.
-¿A quién se la vas a dejar?
-No sé. Al intendente, supongo.
Terminaron de cruzar el atrio cuando se oyó el estruendo: el crujido de la madera desgarrándose en un acorde brutal, un semitañido deforme y opaco, una estampida de elefantes tocando las trompetas de Jericó. El último sonido les llegó por los pies, una vibración sorda que se apagó con inesperada suavidad.
-Te dije que se iba a caer -concluyó Lucero.
El padre Gregorio no respondió. Ya en la vereda, dejó la llave colgando de la verja. Llegó hasta la estación sin decir una palabra. Cuando el tren partió, el campanario ya estaba como nuevo.
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