11 de agosto de 2005

Cuadernos 3 - El Dios de la Guerra (del cuaderno de Lucio)

El dios de la guerra

Se lo sentía venir desde lejos; primero como una sombra, luego como una brisa ligera atravesando el bosque. La cierva y sus cervatillos pastaban a orillas del lago.

     —Vamos —dijo la cierva—, algo funesto se acerca. Huyamos.
     ——No —respondieron los cervatillos—. La hierba aquí es verde y espesa, y hay agua clara. No queremos irnos.

Ahora se lo sentía como a un viento de otoño y un rumor de cascada.

     ——Vamos —apuró la cierva—, o será demasiado tarde.
     ——No —insistieron los cervatillos—. Somos jóvenes y rápidos y no le tememos a ningún ser viviente.
     ——Este no es un ser viviente —contestó la cierva cada vez más asustada, pues los cervatillos eran la cosa que más quería en el mundo, y sabía que, si no corrían pronto, sería su fin—. No es un ser viviente, y hay que cuidarse de él. Vamos ya mismo.

Llegó como un huracán doblando las copas de los pinos, acompañado por el estruendo de sus pasos, el rugir de la piedra quebrándose bajo sus pies. Los cervatillos se asustaron.

     ——Es enorme y nos matará —se quejaron a su madre— ¿por qué no nos dijiste antes?
     ——¡Corran! —contestó la cierva, resignada. Pues los cervatillos son seres inquietos y de memoria corta.
     Se adentraron en el bosque, mientras los árboles caían a pocos metros detrás de ellos. La cierva sentía el viento azotándole los flancos. Con tal que no los atrapara. Con tal que no llevara lanza. Si llevaba una lanza (un tronco de sequoia, seguramente, con un meteorito afilado en la punta), si llevaba una lanza estaban perdidos.
     ——¡Corran! ¡Corran al otro lado del lago! ¡Yo lo distraeré!
     ——¡No! ¡Te va a matar! ¡No te quedes!
     ——¡Corran! ¡Yo lo engañaré y me encontraré con ustedes!
     —Y se fueron, confiados, pues los cervatillos son seres ingenuos y crédulos. La cierva se detuvo en un claro y los miró alejarse, y siguió mirando en esa dirección hasta que no pudo oír siquiera el sonido de sus pisadas leves. Luego dio media vuelta y se preparó para enfrentarlo. Las hojas de los pinos la aguijoneaban, pero permaneció allí. El viento cesó. “Este es mi fin”, pensó la cierva. Pero esperó.
     El hombre apareció en el claro, extrañamente vacilante. El pecho le temblaba por el esfuerzo de la carrera. Sus ropas eran casi harapos, pegados al cuerpo por el sudor. Fijó su mirada en la cierva, como sorprendido. Luego se acercó.
     ——¿Sabes quién soy? —preguntó el hombre.
     ——Sí —contestó la cierva—, eres El Primero.
     ——Soy el trueno, la tempestad, la avalancha. Soy la sangre, el fuego, la pólvora. Soy el odio, el deseo y el hambre. Soy el Cazador.
     ——Como dije, sé quien eres.
     ——Aún así, debía presentarme. Ciertas reglas deben cumplirse siempre. Y tal vez no supieras lo suficiente, tal vez fueras a morir sin saber por qué.
     ——Saber por qué se vive es lo difícil. Pero sé ciertamente por qué voy a morir. No lo lamento; soy vieja y mis piernas no me impulsan como antes, ni mis cascos son tan firmes como antaño.
     —El hombre se acercó un poco más. Olía a metal y frío, a resina ardiendo en la punta de una flecha. Pero sonreía, y la sonrisa era de comprensión.
     ——Mientes. Soy el Cazador, y también soy el Primero, y no es fácil engañarme. No estás tan vieja como para no escapar. Pero estás aquí por proteger a los tuyos, y soy capaz de apreciar el valor, aunque sea inútil. Ven conmigo.
     ——¿No me matarás?
     ——Tal vez más tarde. Pero llevo mucho tiempo cazando y de vez en cuando es bueno detenerse. Vamos.
     La cierva lo siguió sin sentir que hubiera otra opción. Se dirigieron nuevamente a las orillas del lago. La cierva permaneció a unos metros de distancia, ramoneando la hierba para disimular. El hombre se sentó en la playa, tomó un poco de agua en su palma ahuecada y la ofreció. La cierva quiso acercarse.
     ——Vamos, valiente. Si no te dañé hasta ahora, ¿qué te hace pensar que cambiaré de opinión? Si quieres mi palabra de que no te haré daño, te la doy.
     La cierva bebió del agua que se le ofrecía. Sabía un poco a sangre, pero no dejó que eso le importara.
     ——Eso es. Al final seremos amigos, ya verás.
     La cierva miró recelosa al hombre mientras él, distraídamente, lanzaba un guijarro al agua. El guijarro se hundió dibujando círculos concéntricos en la superficie del lago.
     ——Señor... ¿sois el Primero?
     ——Soy.
     ——¿El que viaja sin cesar desde que este tiempo comenzó? ¿El Destructor?
     El hombre lanzó otra piedra. Esta vez, rebotó contra la superficie del agua antes de hundirse.
     ——Viajo, en efecto. Y, sinceramente, prefiero que me recuerden como el Constructor.
     ——Pensé que sólo ella... —comenzó la cierva, y calló, pues la mirada del hombre se había ensombrecido, y la siguiente piedra se hundió con fuerza, sin rebotar y se la oyó golpear contra el fondo del lago.
     ——Ella puede crear, es cierto. Pero yo puedo construir. Construir algo implica destruir otra cosa. Te diré, amiga cierva, que crear no cuesta nada más que el dolor de la creación. El que crea no necesariamente es responsable por lo que ha creado. Quien construye es responsable por lo que destruyó antes. Además, ella fue tan destructora como yo, pero lo concentró en un solo acto. Fue ella la culpable, ella la que arruinó la paz. No parece que importe: ustedes eligen amarla. Yo soy el Cazador, ella la Sembradora. Yo soy el Destructor, ella la Creadora. Si ustedes supieran, si supieran la verdad de lo que hizo.
     ——Ella comió del árbol —aventuró la cierva—. Ella supo, entonces. Pero era inocente. ¿Cómo podía saber, antes de saber?
La siguiente piedra zumbó en el aire como una abeja, rebotó diez veces y se hundió. El hombre frunció el ceño. Eligió cuidadosamente un nuevo proyectil. La cierva no pudo ver dónde dejó de rebotar.
     ——Conocí al primer ciervo, allá. Y al primer lobo. Era uno tan grande como el otro. Y muy buenos amigos, según recuerdo. ¿Qué tuvo eso que ver con el bien o con el mal? Vi al primer lobo comer al primer ciervo, lo vi vomitarlo después. Y comí de los restos del ciervo, y más tarde comí del lobo, y mucho más tarde comencé a sentirme orgulloso de ello. Todo porque ella comió.
     ——Del árbol prohibido... —musitó la cierva.
     ——¡Todos los árboles estaban prohibidos! ¿Cómo puede ser que nadie lo recuerde? Nunca pude comprender por qué lo hizo, nunca pude comprenderla a ella, ella que era una parte de mí. Y yo la amaba.
     Las lágrimas del hombre enturbiaron el agua del lago, levantando un fango espeso desde el fondo. Callaron los dos. El hombre insistía con sus guijarros; rebotaban una vez y se perdían en la distancia.
     ——Señor —titubeó la cierva—, yo la he visto. Yo podría decirle donde.
     ——¡No quiero verla! ¡No me interesa! ¿No entiendes? Estuvimos juntos por siempre, por un tiempo tan largo que cuando el universo se apague seguirá siendo siempre. Todo ese tiempo y sólo una regla: no comer. Comer era destruir, y destruir era malo porque todo lo creado era bueno. Tan sencillo como eso. Pero ella trajo el hambre. No el hambre que puedas sentir tú, cierva, no un hambre que se aplaque con un poco de pasto, con un conejo o un cerdo, sino un hambre que venía desde siempre. Un hambre que tal vez nunca se saciará.
     La cierva retrocedió.
     ——Señor... no me comas. Yo puedo decirte, yo sé.
     ——No mientas, amiga mía. Yo veo su obra, pero hace tiempo que nadie la ha visto a ella. Y no temas, no te comeré. Ya he cazado mi presa de hoy.
     Los ojos de la cierva se agrandaron, y se sintió desfallecer. Algo, supo entonces, estaba mal.
     ——Cuándo... ¿cuándo has cazado?
     ——Mientras hablábamos, mis piedras han dado a tres cervatillos, del otro lado del lago. Dos de ellos han muerto; el tercero lo hará pronto.
     ——¡Ay, señor! ¿Tienen acaso los tres una mancha clara en el hocico?
     ——La tienen.
     ——Entonces mátame también, pues ellos eran mis hijos. Me arriesgué gustosa a morir por ellos, pero no podré vivir sin tenerlos a mi lado.
     ——No puedo hacer eso, cierva. Te di mi palabra.
     ——Entonces, eres mucho peor de lo que yo temía, y lamento más que nunca haber hablado contigo. Si no vas a matarme, me iré a morir yo sola. Adiós, Primero. Ojalá nunca vuelvas a encontrarte con tu amada. No me mientas; sé que la buscas.
     La cierva dio la vuelta. Comenzó a internarse en el bosque, cuando el hombre la llamó.
     ——¡Cierva! ¿Eran los tres cervatillos de la misma edad? ¿Y los tres hijos tuyos?
     ——Lo eran.
     ——Pero las de tu especie sólo tienen una cría por vez.
     ——Como te dije, me he encontrado con ella. No esperes que te diga dónde.
     El hombre se dejó caer sobre el suelo y escondió la cabeza entre las piernas, sollozando.
     ——Yo no sabía, cierva. No podía saber.
     ——Pero yo te lo dije, Cazador. Y según recuerdo, ella tampoco sabía, pero no la perdonas.
     —El hombre calló. Arrancó una brizna de pasto mientras lloraba.
     ——Yo la perdoné hace mucho, cierva. Hace mucho. Y aún la amo. Fue creada para que yo la amase. Y de vez en cuando la busco, cierva, pero tengo miedo.
     ——¿Miedo de qué?
     ——De devorarla. Ella despertó el hambre, cierva. Después de una eternidad sin comer, despertó el hambre. Y ella es la única cosa viviente que no he comido jamás.
     La cierva meditó un poco aquello. Pensó en sus cervatillos, en los guijarros, en el poder terrible de aquel hombre.
     ——Me das lástima, Cazador, pero no la suficiente. Nunca querré decirte su paradero, después de tu crimen. Y me hubiera gustado, tal vez, ser tu amiga, pero ahora es imposible. Adiós.

El hombre quedó solo nuevamente. Dejó de llorar, cruzó el lago y cocinó a los tres cervatillos. Más tarde subió a la montaña y abrió un nuevo manantial. El agua era caliente y salada y los animales huirían de ella, pero no le importó: los hombres sabrían qué hacer.

2 comentarios:

  1. Anónimo9:49 a.m.

    Ajá! Que buena versión de Bambi!!! Para serte honesta, al pricipio mucho la historiecita esta no me gustó (sorry), pero ... hubo algo de misterio q no dejó q me alejara ni por un instante del monitor! Ese toque trágico-romantico hizo que este sea de los tres mi cuaderno preferido!
    Otro tema ¿tenés noticias de In???
    Hasta la próxima E.R.G.

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  2. Anónimo2:40 p.m.

    Sorprendentemente este cuento lo leí antes que el cuaderno de Lucio figurara como tal, y lo recuerdo como una excelente demostración de lo que JP puede hacer con cuentos y leyendas.
    Extrañaba la historia, aclaro, las historias, se extrañan, y cuando uno las redescubre, nunca son como fueron. Cómo esta, algunas mejoran con el tiempo al redescubrirlas como una nueva magia.
    Saludos

    Pablo B

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