En resumidas cuentas:
En 1998, un tipo llamado Andrew Wakefield publicó un artículo en The Lancet en el que decía haber encontrado un vínculo entre la vacuna contra sarampión, rubeola y paperas y el autismo (o un tipo de autismo, no me queda claro) y la inflamación en el colon. Cuatro años después, publicó otro artículo en el que decía haber encontrado la cepa del virus atenuado del sarampión en el colon de niños autistas.
The Lancet es una muy prestigiosa revista de medicina. Pero en ciencia, un sólo resultado no se considera nunca una certeza.
Más tarde, se mostró que estos estudios no estaban bien hechos, pero el daño, a través de la difusión en prensa, ya estaba hecho: la tasa de vacunación bajó tanto en Inglaterra, especialmente en Londres, que los casos de sarampión aumentaron hasta que volvió a considerarse endémico. Esto sucede porque, al vacunarse sólo un 75% de la población, la enfermedad puede "refugiarse" pasando de persona a persona. Como ven, vacunarse no es sólo un acto de protección personal: también es un acto (mínimo, simplísimo) de solidaridad.
Ningún laboratorio no asociado con Wakefield pudo replicar sus resultados.
Mucho más tarde, el reportero Brian Deer descubrió que Wakefiel tenía un enorme conflicto de interés (es decir, que no tenía conflictos sino muchos intereses), ya que había recibido dinero de parte de abogados interesados en hacer juicio a los fabricantes de vacunas, representando a familias con hijos autistas. Como si esto fuera poco, meses antes de publicar su trabajo en Lancet, Wakefield había presentado un pedido de patente para una vacuna supuestamente "segura".
Y para completar, en febrero de este año el mismo periodista demostró que Wakefield había fraguado los resultados de su paper. Ahí es nada.
Otros estudios posteriores mostraron que no hay ninguna relación entre la vacunación y el autismo.
Mientras tanto, el sarampión, aunque ha retrocedido* considerablemente, sigue siendo la cuarta causa de mortalidad de niños* en el mundo.
Dicen algunos que nos vacunan contra enfermedades que han desaparecido. No sé la viruela, pero la poliomielitis asoma su cabecita en cualquier lugar con menor tasa de vacunación, ya sea en Estados Unidos o en el Tercer Mundo*.
Ahora sí, la carta abierta a quien no quiera vacunar a sus hijos:
Hola.
No vacunar mata nenes; y no siempre se trata del tuyo. Pero a veces, sí.
Este último enlace está en inglés. Son algunas palabras de un padre australiano tras la muerte por tos ferina* de su hija Dana, a la que no vacunaron por creer en lo que se decía de las vacunas. Sólo traduciré una frase:
Dana pagó el más alto precio por nuestra ignorancia y apatía.
Es horrendo poner esto, es amarillista y sensiblero, pero no puedo evitar sentir empatía con el padre, y pensar en lo que significa vivir con esa culpa.
Juan Poquito
Qué bajón de entrada. Para paliarla un poco, miren, un interesante avance contra la hepatitis C.
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