11 de enero de 2013

El copyright y yo, parte I

Roberto Arlt para todos y todas.
Gracias a la Fundación Vía Libre me entero de que este año pasan al dominio público las obras de Roberto Arlt (maldito apellido que tengo que chequear cada vez). Esto significa, amigos que:

  • Podremos difundir la obra de este artista libremente por Internet, sin sentirnos unos asquerosos piratas.
  • Más aún: el gobierno podrá entregar las obras completas de Arlt para leer en las netbooks de los estudiantes primarios y secundarios.
  • Las editoriales que así lo deseen podrán publicar la obra de Arlt que se les cante, en ediciones deluxe o, mejor aún, en ediciones berretoides al alcance del bolsillo.
  • Se podrán montar obras de teatro, hacer películas, comics, "Los siete locos y zombies" o lo que nos venga en gana, sin tener que pedir permiso a naides.
No me voy a hacer el culto. No he leído más que los dos primeros actos de Saverio el cruel en el secundario (la consigna era imaginar y escribir el tercer acto, así que nunca supe cómo terminaba) y comencé allá lejos El juguete rabioso pero no lo terminé. Pero de todas maneras, esa pequeña lista de arriba, que no es tan pequeña en cuanto a las posibilidades que representa, es para festejar. Y la festejo, con algo de vergüenza. Y no por no haber leído a Arlt, sino porque este hecho responde a una involuntaria gentileza de Roberto.

Roberto Arlt murió joven. 1900-1942 and that's all, folks.

En la Argentina, el derecho de autor comenzó extendiéndose sólo durante la vida del autor. En 1910, la legislación postergó el pasaje de la obra a dominio público hasta 10 años después de la muerte del autor. El razonamiento era proveer con una herencia a los descendientes menores de edad en caso de quedar huérfanos, hasta que pudieran ganarse la vida por si mismos. Suena razonable, aunque no muy convincente para las posteriores extensiones a 30 años (en 1933), 50 años (1967) y los actuales 70 años (1997) desde la muerte del creador.*

La obra de Arlt pasa al dominio público porque murió a los 42 años. No pasa lo mismo, por poner ejemplos resonantes, con Baldomero Fernández Moreno (1886−1950), Enrique Santos Discépolo (1901-1951) ni Macedonio Fernández (1874-1952). Pero estos, de última, son figuritas fáciles de encontrar, gente que nadie olvida. Los dichosos 70 años condenan a la desaparición a cientos de otros menos famosos. Como Augusto María Delfino (1906-1961), que allá en mi adolescencia me impresionó y me dio ganas de escribir. Vas a tener que googlearlo: es uno de los tantos escritores sin entrada en Wikipedia, que posiblemente nadie reeditará pero que son tan parte de la cultura como otros. O no, porque si la cultura es aquello que circula en la sociedad, difícilmente podrá serlo aquello que no circula.

Ojo: a mí el copyright me parece una idea genial, un incentivo para que la máxima cantidad posible de personas trate de crear, de expresarse, apostando a que además se gane la vida con eso. Ayuda a librarse de los caprichos del mecenazgo y permite que pasado el  "sencillo" acto de crear uno tenga algo de valor como para, por ejemplo, subsistir. Es un logro impresionante, de verdad. Pero los 70 años desvalorizan lo bueno de este logro.

Porque el dominio público también es algo impresionante. Si el dominio privado es el ámbito del triunfo personal, de la búsqueda de oportunidades y de la fama, el dominio público es el ámbito de la celebración de la obra ajena, el fogón donde nos sentamos a compartir algo con los demás porque creemos que es bueno. Ni más ni menos que lo que, legal o ilegalmente, nos la pasamos haciendo en las redes sociales e Internet toda: compartir, dar a conocer. El dominio publico nos da la posibilidad de compartir legalmente.**

Más aún: el dominio publico, en algunos casos, debería ser como el Nobel. Felicitaciones, don Borges, don Cortázar. Sus obras son tan importantes, tan significativas para nuestra cultura, que hemos decidido regalarlas al dominio publico para que todos puedan disfrutarlas, compartirlas y adaptarlas sin restricciones. Como agradecimiento por parte de la humanidad, tomen este pastón para que lo dilapiden en francachelas. No se preocupen, lo que escriban de ahora en más seguirá teniendo copyright.

Ponele, me imagino, debe haber un detallito o dos que ajustar. Por ahora, voy a bajarme El juguete rabioso; que va siendo hora de que lo termine.




*Para los interesados, la FVL colgó una Guía del dominio público en Argentina. Que es lo mismo que una guía del copyright, pero desde el campo de al lado.
** Mientras tanto, todos somos infractores. Vamos, todos en cana. Pongan una reja redonda en el polo Norte y una en el polo Sur y listo, considerémonos castigados.

3 comentarios:

  1. Gustavo Wolo11:13 a.m.

    Excelente artículo. Creo que los 70 años solo procuran mantener a una caterva de holgazanes (herederos, abogados, escribanos) mientras se ponen de acuerdo y parasitan el talento de sus ancestros. Posdata: maravillosa la segunda nota al pie.

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    1. Grazzie, caro. Y sí, de acuerdo con la caterva.

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    2. De todas formas, siempre están aquellos descendientes que se ocupan de la obra no publicada de sus ancestros, que le dan forma y la publican. Eso es un servicio valioso y no sé cómo funciona el (c) en esos casos, ya que el descendiente de marras merece un reconocimiento y recompensa por su laburo. Como decía, un detallito o dos.

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