La Avenida Avellaneda, sus transversales y paralelas, a la altura de los barrios porteños de Villa Santa Rita y Floresta, es una descomunal factoría textil. Allí conviven personas de todas las etnias y orígenes, mayoristas y minoristas, patrones y trabajadores, en blanco y en negro.
Esta serie de posts que ofrecemos al desprevenido internauta buscan iluminar, a la manera de un puñado de postales fotográficas matizadas con (quizás exagerando) breves aguafuertes escritas, una región de la Capital Federal que, acicateada por el afán de lucro, oculta más de lo que muestra y sepulta más que lo que exhuma —como la enorme mayoría, dicho sea de paso—. Si te da el estómago, si la curiosidad es suficiente, zambullite en La República Textil.
Desprevenido, el taxista en primer plano. Hacia atrás, pegadas una a la otra, las marquesinas. Ahí, la Avellaneda legal, en blanco. ¿En blanco? Hmmm... Digamos, la visible. No creamos que porque sean comercios a la calle sea "tudo bom, tudo legal". Para nada.
Detrás de los carteles todavía alcanzan a verse algunas antiguas fachadas (porque antes esto era un barrio de laburantes, parecido a su clon al sur de Rivadavia: av. Alberdi y sus negocios del rubro de la construcción). Esto en Cabildo o avenida Santa Fe no se consigue: acá la fachada es discontinua y bizarra, abarrotada con su falso glamour (o genuino a su modo), luchando contra la de al lado —que, igual que ella, no es una marca conocida— con todos los recursos al alcance.
Claro, en las laterales los carteles se adelgazan, porque los locales se cortan como pizzas rectangulares (Citadella, inventor de la rectangular pizza por metro y hoy devenida servicio técnico de la afamada firma Top House, estaba bastante cerca: léase av. Juan B. Justo y Argerich, otra avenida de la que habría mucho para decir), pero el jean no tiene nada que envidiarle a su clon exhibido sobre la avenida principal, y —quién te dice— tal vez hasta confeccionado en el mismo taller.
Pasando av. Nazca hacia el este (hacia Flores-Caballito-Almagro, digamos), las marquesinas empiezan a mermar a la par de los negocios: los edificios hacen las veces de tabiques. Mirá vos: las casas de antaño que se demolieron para edificar propiedades horizontales limitan a las que ahora se demolieron (o reformaron) para ser locales. La imparable metamorfosis constante, agresiva e irreverente...
¡Lo conseguiste! Welcome back, Gus! Ahora sí que van a tener jodido lo de seguir la corriente...
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