13 de julio de 2005

Ingrid 7: Otros colores, por Juan Poquito

Suena el teléfono y descubro que me quedé dormida. Siento el eco de una voz en mi cabeza, pero no distingo las palabras. Levanto el tubo: Daniela. Sí, voy. No, no sé. Caro iba a averiguar. Sí, la verdad que sí, me quedé dormida. No, está bien, si no no me levantaba más.
Y ya los puedo oír a ustedes: ¿levantarte, In? Hace meses que no te levantás. Falso, queridos, nada más falso. ¿O no saben acaso de la pendiente que he remontado, de los peldaños que, pasito a paso, he subido? Si Ingrid se había ido -y ustedes saben que no se fue, si no que la robaron- si me había ido estoy de vuelta, más fuerte, más sabia, más.
¿Hola? Hola Yoli ¿cómo estás?
No hay que preguntarle a Yoli cómo está, pero las convenciones son las convenciones. La cagada es que Yoli no acepta su parte, que implica no responder realmente a la pregunta. No, Yoli responde con el relato de cómo está, cómo estuvo y cómo estará, acompañado por supuesto de los múltiples detalles que justifican cada estado de ánimo. Me voy sacando la ropa mientras habla, y cuando termino la apuro porque tengo frío. A las diez, en el bar de Olleros y Alvarez Thomas. Son ocho y media; hay tiempo.
Menos mal, porque lo necesito. Necesito sentir el agua, tan caliente como sea posible, bajando sobre mi piel hasta lavarme el alma. Ducharme pone mi mente en blanco, me borra los pensamientos. Lástima que no haga lo mismo con los recuerdos. En el comedor, suena el teléfono. Dejo que el contestador atienda.
Salgo del baño envuelta en una nube de vapor. Me tiro desnuda sobre la cama, sin moverme, con la cabeza envuelta en la toalla cálida y húmeda
como un capullo
mi cuerpo está hecho de agua y mis huesos son madera vidrio plomo hundiéndose en el colchón
como un abrigo
sus manos en mi frente, su voz leyendo en mi fiebre frente caliente húmeda Cortázar cronopios bailando tregua bailando catala
tregua
como un pulpo de fieltro
(¿estás mejor?) No; sí: peldaños, pendientes, caída
(Me voy. No me preguntes adónde porque no sé.)

Suena el teléfono y descubro que me quedé dormida. Siento el eco de una voz en mi cabeza, pero no distingo las palabras. Levanto el tubo. ¡Lu!, anuncia la voz desde el otro lado, y por una nadísima de segundo la sílaba se me dispara hacia otra voz, otro año, otros colores.
Luján, tan luminosa como siempre, que quiere saber dónde nos encontramos. Esto ya es sospechoso ¿desde cuándo soy un referente a la hora de organizar? Olleros, sí. ¿Qué tenés? Sueño tengo, Lu. Nos vemos.
Cómo he llegado hasta aquí (de pie, desnuda ante el espejo pero también, ustedes saben, desnuda y ante el espejo), me pregunto y si sé la respuesta, queridos, no pienso dárselas. Ahí tienen.
"¿Qué tenés?" Quisiera saberlo, la verdad. Tengo veintinueve años, un par de kilos de más, un par de esperanzas menos, un par de tetas interesantes y todavía firmes, una personalidad no tan firme (ni tan interesante: agréguenlo, cretinos), un ex-novio, una ex-amiga (y realmente: ¿se "tiene" un ex-algo?), un vestido en la mano que no es el que me voy a poner, y el deseo del deseo de conocer a otra persona.
O no. Ni eso. Seamos sinceros ¿no les parece? Me envuelvo en la bata azul oscuro que, ya sé que están cansados de oírlo, es un tanto masculina pero queda bien con mi pelo rubio (dato relevante si hubiera aquí alguien para apreciarlo ¿no, In?) y soy sincera: no tengo ganas.
Sí de ver a las chicas; si de salir de entre estas cuatro paredes (que no son cuatro, pero sabemos exactamente el número porque una vez las contaste) pero no de conocer gente (tipos, In, tipos), no de ponerme una ropa que no me queda mal pero definitivamente me incomoda. Salir a la pista y sentirme como un oso amaestrado bailoteando al compás, tomar un par de tragos, hundirme en la música, en las luces parpadeantes, hasta transmutar de oso a otra cosa más grácil pero igualmente incómoda, una jirafa en llamas en medio de la gente, llamando la atención y balanceándome enorme sobre ellos. No. No hoy. Tal vez el próximo fin de semana.
Me sirvo un lemoncello, enciendo el televisor. Voy a pasar por todos los canales del cable para corroborar que ya vi todo. El teléfono suena: Daniela otra vez. Sí, ya me avisaron. A las diez. Apago la campanilla y tapo el contestador. Ya salí hacia otra parte. En la pantalla, Tom Hanks habla con un chico de cosas que seguramente son mentira.

3 comentarios:

  1. Anónimo2:27 p.m.

    Está muy bien esta In debatiéndose entre su afuera y su adentro. Me gustó. (para cuándo la salida de Ingrid con Denise? Ya se, ya se, Denise es MUCHO mayor...)

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  2. Anónimo2:40 p.m.

    Me encanta la simpleza y la lucha inacabable de Ingrid y el mundo-
    Juan Poquito, impecable tu estilo, ya sabés que me gusta como escribiiiiis
    Chauses, besote
    Brujiangelical

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  3. Anónimo2:41 p.m.

    Ups, no soy una usuaria anonima!!!! socorroooooooooooo
    Brujiangelical

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